lunes, 31 de agosto de 2015

Hecha la ley, hecha la trampa



Dictar leyes ajenas al sentir de mayorías solo crea desobediencias

El siguiente gobierno, desde Julio del 2016, deberá enfrentar la situación espantosa que ha de heredar. Un deterioro nacional que se vuelve insostenible. Economía estancada, criminalidad más avezada y organizada, conflictos sociales cada vez más violentos y una educación todavía dando insignificantes señales de aliento. Deberá empeñarse en sacar al país de esa democracia de baja intensidad que es el lastre que lo detiene todo. Dar señales claras de confianza y liderazgo. Más hechos que palabras para demostrar capacidad de decisión, concertación, sentido común, rapidez para resolver los pendientes; entender, sentir y hacer suyas las demandas populares que, de tanto ser postergadas, siembren frustración y desesperación en los ciudadanos. Si no lo hace desde el principio, ni en quinientos años.

No estamos para experimentos, improvisaciones ni figuritas que aparecen de la nada. Promover irresponsablemente un outsider nos devolvería al pasado que no se quiere regresar.

Las carencias nacionales son eternas con un Estado cuyos objetivos van en la dirección opuesta a los deseos de la población. Los edificios públicos con bandera y escudo nacional no son sinónimos de institucionalidad. Para la gente, la autoridad no existe, sigue ausente; con funcionarios públicos todavía encasillados en hacer cumplir las normas palabra por palabra, todavía atrapados en su parsimonia indiferente con la dinámica de los emprendedores de las calles. El espíritu ciudadano atado a la coerción de la ley.

Más leyes bien elaboradas, pulcras y bien intencionadas -para maquillar la democracia- colisionan con el desenvolvimiento espontáneo de pobladores sin ciudadanía. Leyes burladas que no emanan ni calan en los genes de la multitud.

Una nueva ley electoral y de partidos sería como darle un título de médico a quién ni siquiera aprobó la primaria. Una ley idealizando una realidad inexistente, para corregir el desorden de la política, hará que se vuelva a repetir miles de veces: “Hecha la ley, hecha la trampa”.

Las leyes no resuelven los problemas nacionales. Abundan para todos los gustos. Una ley no cambiará la mentalidad dominante, corrupta, abusiva y mediocre de la autoridad. Tampoco cambiarán el espíritu de la población. Dictar leyes que no empatan con el sentir de las mayorías crea desobediencias y trampas para no cumplirlas. La solución a los problemas nacionales no va por el camino de anunciar una nueva legislación.

Una prensa “mermelera” y chantajista no contribuye en nada. Un Poder Judicial que legaliza las impunidades sin detenerse en la verdad, tampoco. Una democracia participativa que le quita autoridad, iniciativa e ingenio a la democracia representativa, igual. Una minoría bulliciosa no le puede imponer sus deseos a la autoridad elegida por voto popular.

La corrupción sigue allí, mimetizada, pasando piola en los gobiernos provincianos. Ya sabemos de gestiones anteriores: Muchos presos y otros escapados. ¿Quién garantiza que lo mismo no sucede con los de ahora? Los presupuestos dados a libre a disponibilidad han hecho que los laudos arbitrales se conviertan en instrumentos para robar. Acuérdese de ONCOSERV en Arequipa, el contratista reclama S/.44 millones por daños y perjuicios. Otro en Huancayo reclama S/.3 millones. Y así, proveedores y autoridad compinchados para repartirse esos dineros.

La educación es el meollo del problema, trabajar sin tregua en ciudadanía, deberes, responsabilidad, compromiso, orden, disciplina, justicia y tantos conceptos desconocidos. No pasa nada con tantos titulados cuyos intereses no discurren por los caminos de la honradez y la pulcritud.



Por: Manuel Gago Medina

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