lunes, 23 de febrero de 2015

No toque su TV, la falla es nuestra


La mundialmente conocida protesta Indignados 2011 ni alcanzó calles peruanas, ni le hizo cosquilla a la conciencia nacional. A la protesta madrileña se sumaron lugares tan distantes como Seattle, el centro más open mind del oeste norteamericano. Los indignados encararon a ricos y especuladores del mundo su codicia y usura.

Desde la repartija – la indignación light de sectores medios de la gran Lima – se despierta el interés de la chibolada por la situación local. Y eso está bien: Ocuparse de su presente y futuro.

Si las calles se tumbaron una ley laboral y un proyecto minero en Cajamarca, lo de Pichanaki es una declaración contra cualquier actividad extractiva en el Perú. “Los enfrentaremos”, han dicho claramente agricultores y comunidades indígenas. Así, las calles se calientan para bien, útil también para corregir a otra madre de las desgracias: La televisión.

Si para la Asociación Nacional de Anunciantes (ANDA) lo popular vende, para nosotros los gustos de la mayoría no siempre son convenientes. ¿De qué valdrían todos los esfuerzos del ministro de educación, Jaime Saavedra, para darles a los escolares más horas de educación cívica y ciudadanía si por la televisión esos mismos niños ven – con más y mejores luces – todo lo contrario a lo aprendido en el aula?

Digámoslo otra vez: La televisión induce al enfrentamiento y discordia cuando el Perú necesita con urgencia unidad y diálogo, cuando en lugar de discusión banal y obscena necesitamos enseñar cooperación y solidaridad.

La masa está embobada tanto como los políticos. Mire usted al ex ministro Urresti convertido en modelo con mayor popularidad. Lo vulgar, burlón y cachaciento, no puede, de ninguna manera, alcanzar las primeras magistraturas del país so pretexto de encarnar el espíritu nacional. Tampoco la televisión puede seguir alimentándose de escándalo, llanto y sangre.

Hace 200 años Perú se liberó del yugo colonial y hoy está atado a otras cadenas perniciosas. Millón y medio de jóvenes sin estudiar, sin trabajar y sin ningún interés real, sólo como consumidores de una televisión que los hunde más. Abandono familiar, pésima escuela y mediocridad de medios contribuyen al embarazo, alcoholismo y violencia adolescente.

Países como Singapur y Corea o Tailandia y Vietnam – hasta hace poco comunidades casi feudales y primitivas, dedicadas a la agricultura y ganadería – hoy ocupan primeros lugares en educación, según PISA, o son centros de inversiones exportando manufacturas a todo el mundo. La educación ha sido la clave.

La calle pide control y regulación estatal de la televisión. Nosotros pedimos autoregulación de las propias empresas de telecomunicaciones, a elegir lo que le conviene a la sociedad de la que también son parte.

No es deseable que los pulpines logren en las calles lo que ANDA no logra por consenso. Sin embargo, las calles son aliento de frustraciones, allí se exige que la televisión cambie sus contenidos dañinos.

De la misma forma como se pide exterminar pericotes y cucarachas en restaurantes, igual se pide fumigar la televisión llena de alcahueterías. La cultura y educación no pueden ser aburridas y tediosas, menos con tanta creatividad y medios disponibles. Recordemos Plaza Sésamo, el mejor de los ejemplos.

Si no le gusta la TV, un clik no cambiará la situación. Otros animadores con mejor ingenio y facha le dirán que la televisión no está para educar.
Por: Manuel A. Gago Medina


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