martes, 20 de marzo de 2018

Plaza de la Constitución: muerte de la memoria histórica

foto Juanse Gurevara

Por José Carlos Vilcapoma.

La historia de Huancayo está marcada por la huella de valientes y aguerridos patriotas amantes de la libertad. Manifiestos en la autónoma y poderosa nación huanca, luego en las heroicas gestas emancipadoras y posteriormente en las aguerridas guerrillas de los Breñeros de Cáceres.
Como para testimoniar lo dicho, en diciembre de 1820, cerca de cinco mil huancas se inmolaron en la batalla de Azapampa en lucha contra los realistas bajo el mando del español Mariano Ricafort, buscando la independencia, antes de la entrada de San Martín a Huaura. Tales gestas incomparables de valor le valieron para otorgársele el título de Ciudad Incontrastable por el Supremo Delegado Marquez de Torre Tagle, el 19 de marzo de 1822.

Sin embargo, pocos años atrás, Huancayo como ninguna ciudad, se había interesado en los resultados de Las cortes de Cádiz, que iniciado en 1810 con participación de delegados peruanos, elaboraba una Carta Constitucional que reivindicaba en algo la política de sometimiento al que nos había llevado la Metrópoli. La Carta Magna, conocida como La Pepa, por el día de su aprobación (19 de marzo de 1812, día litúrgico de San José), surcó los mares en larga travesía. Ancló en el puerto del Callao en noviembre de 1812. Antes que acabara el año, llegó a Huancayo entre manos del cura doctrinero Don José Ignacio Moreno.

El 1 de enero de 1813, en masiva concurrencia en la Plaza del Comercio, se convocó a la Misa Solemne de acción de gracias, y con participación popular se juró la Constitución Política de Cádiz y en memorable discurso del doctor Don José Ignacio Moreno, cura y vicario de dicha doctrina, comisario del Santo Oficio, se juró adhesión. En palio y palcos festivos que sucedieron al acto religioso, se cambió el nombre de la Plaza del Comercio por la Plaza de la Constitución. En adelante se remodeló la iglesia central bajo la denominación de Catedral y se ratificó la advocación a la Santísima Trinidad. Este histórico gesto político marcó el inicio de acciones libertarias y luego la inmolación de hijos huancas como Bruno Terreros.

Ese es el real contenido histórico de la Plaza de la Constitución de Huancayo, que albergó y perennizó un gesto político que marcó el derrotero libertario de un pueblo inconstrastable, heroico y amante de la libertad.
Esta histórica plaza, desgraciadamente ha sido destruida. Su tan mentada remodelación, culminada tras más de 400 días de espera, lo único para lo que ha servido es para destruir el monumento en su histórica distribución espacial de plantas, piletas, arcos y monumentos conmemorativos. Su destrucción ha atentado la memoria histórica, del que están llenas las plazas. Su tenue y opaca reinauguración, que parece ser moda de burgomaestres sin reelección, se convierte en delito de lesa cultura. Muchos especialistas ya se han pronunciado: más de lo mismo, y peor aún, cemento y piedra sin contenido ni forma.
Empero, ¿Cuál es la raíz de esta desidia? ¿Será el origen foráneo de las autoridades? Huancayo ha sido siempre generoso con los migrantes. En la actualidad según el INEI, tiene 501,384 habitantes, de los cuales el 31% de la población es migrante, principalmente huancavelicana. Y, uno de sus distritos populosos como Chilca, donde se asentó el actual alcalde, tiene 85,087 habitantes, albergando dentro de ellos al 45.9 % de migrantes básicamente huancavelicanos. Por respeto a estas cifras que dicen de Huancayo hospitalario, estas autoridades debieran respetar la memoria de estos históricos monumentos; sea como un gesto de agradecimiento, aunque no sepan, ni conozcan la real historia.

No hay derecho que, en un acto de irreverencia total con un pueblo que les ha dado cobijo cuando llegaron como miles de sureños con solo esperanzas entre las manos, actúen así con un patrimonio histórico y el alma de su permanente identidad libertaria.
El actual alcalde parece no comprender que los monumentos históricos, como una plaza, son los salones urbanos, patrimonio inmaterial de los pueblos, motivo de identidad y orgullo, más cuando estamos ad portas del Bicentenario de nuestra Independencia.

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