La historia se lee diferente veinte años después. Como cualquier otro evento
los apasionamientos del momento se enfrían y podemos entonces recapitular y
tener una idea clara no tanto de lo que sucedió sino más bien de las
consecuencias de aquella decisión que colocó a más de un ochenta por ciento de
la población del lado del presidente Fujimori en 1992. Se ha dicho y escrito
mucho sobre un tema que se hace vital para quienes se nutren de las contiendas
mintiendo descaradamente.
Se dice por ejemplo que todo lo actuado después del autogolpe del 5 de Abril
de 1992 hubiera sido posible dentro del orden constitucional, en democracia,
bajo el amparo del estado de derecho. Si pues, un estado de derecho que ató de
manos al presidente de la república impidiéndole enfrentar a los terroristas de
Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), los
desastres económicos y sobre todo la moral deprimida de los peruanos que huían
del país buscando mejores perspectivas. Es fácil especular y torcer la verdad.
La cantaleta diaria esa de la dictadura se la creyeron no todos los
peruanos.
Se le pide a los fujimoristas hacer una mea culpa como si hubiera
sido un delito encarar el tema con valentía, arriesgando el pellejo sin calcular
las consecuencias de la fama y la vanagloria que la política tradicional otorga
a quienes dejaron pasar tanta violencia y tanta corrupción que nos alejó del
mundo. Fuimos inelegibles, es decir una especie de parias en los círculos
económicos internacionales y en consecuencia nadie pondría un centavo para
revivir nuestra alicaída economía que carcomía las bases del sistema democrático
y sus instituciones. Ya estamos creciditos para que nos digan que la corrupción
se inició en los noventa, que los partidos políticos dejaron de tener
credibilidad por la prensa chicha con sus titulares de escándalo y que desde
entonces la institucionalidad peruana se caía a pedazos. Que yo recuerde antes
de los noventa no existían Indecopi, Defensoría del Pueblo, Tribunal
Constitucional y otras instituciones que le dan fortaleza al ciudadano común
frente al estado por lo general abusivo e indiferente con los problemas de los
menos protegidos.
A César lo que es del César. El crecimiento económico de hoy es consecuencia
de las bases políticas ejecutadas después de ese 5 de abril. Hay que arriesgar
el pellejo por lo que se cree y por lo que se siente y decirlo sin temores. No
tenemos nada que perder. Al contrario ganaremos la memoria de esas agradecidas
víctimas del terrorismos, de quienes dejaron a sus padres por irse fuera del
país y de los que nunca tuvieron ni agua, ni corriente eléctrica, ni teléfono ni
una posta médica en pueblitos que no figuran en los mapas de esos políticos que
aún creen que el Perú es Lima y bajan a las bases por los votos sólo cuando hay
elecciones.
Manuel A. Gago