Contaba un dirigente de un pequeño gremio de empresarios cómo, después de haber invertido unos 3 mil dólares -con ayuda del Estado- en entrenar a un joven empleado, éste decidió abandonarlo por otro puesto en otra empresa. Decía que el joven ganaría 300 soles y que se fue al otro trabajo por 600 soles. Una historia parecida cuenta una minera grande, que después de haber entrenado para realizar labores específicas a los hijos de sus trabajadores y de los pobladores donde opera, parte de ellos se quedaron en Lima por mejores horizontes, entendiendo que un abanico de posibilidades estaba frente a ellos contra ese pequeño poblado donde sus talentos no serían valorados.
Cuando los jóvenes reclaman estabilidad laboral volvemos a discusiones que debieron superarse. De pronto fuimos transportados al tiempo aquel cuando los negocios privados eran contados con los dedos, cuando el gran empleador era el Estado al que los trabajadores, sin más opción, tenían que someterse bajo un sistema estrecho de contrataciones y valoraciones. Volvimos a los años que consolidaron tantas taras ciudadanas convertidas en lastre para el desarrollo.
La mejor garantía para la estabilidad laboral, para mejores sueldos y beneficios, para aspirar y ser ambiciosos, para recibir mejor entrenamiento y experiencia, para obtener reconocimiento concreto por las habilidades personales y, sobre todo, para ser tratados como personas únicas, es la diversificación y proliferación de más trabajo ofrecido por más patrones con diferentes ideales.
Los pulpines reclaman estabilidad laboral sin siquiera haber experimentado algún trabajo en broma o en juego. Desde un comienzo se restringen a sí mismos y adoptan ideales primitivos -fuera de lugar y pasados de moda- en un mundo lleno de posibilidades y fuente inagotable de conocimiento y de expectativas. Son arrastrados por un discurso sesentero en lugar de ideales ambiciosos y de prosperidad.
Algunos estudios dicen que los mejores trabajadores son ansiosos, inquietos, incansables, imaginativos, no soportan a un solo empleador, hambrientos de mayores conocimientos, aventuras y riesgos. Por el contrario (sin ánimo peyorativo alguno), quienes se contentan con un puesto de 8 horas diarias por largas temporadas o para toda su vida, protegidos por una mal entendida estabilidad laboral, están destinados a ignorar qué hay detrás de otras actividades laborales que no se atreven a experimentar. Claro, entendemos que las urgencias de unos son distintas a las de otros. ¿Pero qué urgencia puede tener un pulpín de 20 años, abatido ya a temprana edad, sin un minuto de trabajo real?
Si las estadísticas dicen que los mejores trabajadores renuncian o intentan hacerlo pronto, las políticas de incentivos para atraerlos deberían estar sometidas a la valoración del orgullo y de la dignidad de la persona, lo que Abraham Maslow trata como las necesidades superiores del hombre.
La ley del mercado es simple: Si un producto es caro pocos tendrán acceso a él. Igual, si un producto – como es el empleo – resulta caro, pocos empleos estarán a disposición de miles de trabajadores. Entonces, la discusión no es la estabilidad laboral, ni las vacaciones, ni los beneficios. La discusión está en cómo abaratar las operaciones de cualquier negocio -grande, mediano o pequeño- para que ese 70% de informales y más jóvenes tengan acceso a más empleo digno desde todo punto de vista.
Por Manuel Gago Medina
No hay comentarios.:
Publicar un comentario