lunes, 15 de junio de 2015

Prisioneros de la libertad



¿Es el hombre libre para decidir por sí mismo el ideal de individuo que quiere ser?

La cadena del ADN es el maravilloso descubrimiento del siglo pasado. Decodificar los cromosomas es abrir el libro del origen y herencia. Sería un testimonio científico de la Creación – del orden -, la otra cara de la evolución, Big Bang y humanismo, que colocan al hombre por encima de toda divinidad porque – sostienen sus seguidores – Dios sólo existe en la imaginación del hombre débil frente al poder de la naturaleza y el universo infinito.

Al identificar los genes es posible determinar características desde el color de ojos hasta de inclinaciones criminales. Así, la cadena genética encadena al hombre, no lo hace libre para escoger qué y cómo quiere ser. “Porque tú formaste mis entrañas” – según las Escrituras -, dice mucho.

Jean-Francois Revel – sobre discriminación racial y cultural – decía que un niño negro criado en Reino Unido es tan caballero como cualquier caucásico británico o como cualquier ario del Bronx neoyorquino inclinado por el rap. Para el filósofo y escritor francés, el entorno social puede determinar la conducta de las personas. Sin embargo; hijos de familias ejemplares inclinados por el crimen e hijos de familias “disfuncionales” apegados a la honra, podrían ser la excepción de la teoría. “De padres cojos, hijos bailarines”, dice la sabiduría popular.

El entorno influye sin ser determinante. Los efectos del ambiente y alimentación pueden despertar algunos genes y pueden moldear caracteres y personalidades. ¿Es, entonces, el hombre libre para decidir por sí mismo el ideal de individuo que quiere ser? ¿Puede escoger sus gustos, inclinaciones y apetitos? Y, sobre todo, ¿puede el entorno dotarlo de capacidades, talentos, habilidades y dones? “Lo que no nace no crece”, es otra sabiduría popular. Si no está en los genes, ni machacándolo diariamente.

El microscópico átomo – el más pequeño de la materia – enseña mucho. Los electrones giran en “carrera desordenada” siguiendo una determinada dirección y sentido alrededor del núcleo, aparentemente en desorden, sin invadir otros espacios. Los electrones “sienten” y por eso se repelen sin ocupar otros caminos para evitar el colapso. El “campo” que hace “sentir” a los electrones sería el alma humana, energía dándole vida a la materia. El desorden es idea diferente del orden. En medio del caos, un orden somete a los electrones a discurrir por una sola trayectoria para evitar el choque. ¿Qué quién estableció ese plan? ¿La naturaleza o un ser divino? Si fuera la naturaleza, ¿todo sería un fenómeno único – un accidente – y no consecuencia de otros fenómenos siguiendo un desordenado orden? Una cadena de acontecimientos aparentemente aislados puede dar origen a fenómenos lejanos.

“La verdad os hará libres”, sostienen los creyentes, atados no sólo a los diez mandamientos de las tablas de Moisés, sino a unas seiscientas ordenanzas del Pentateuco. El libre albedrío cuestionado. Por un lado la verdad libera y por otro lado sometidos a imperativos que violarlos sería terminar en el Hades más profundo. El libre albedrío sería entonces la libre voluntad de someterse a los designios de Dios. Libertad para atarse a leyes, a “campos” divinos.

Caos, creación y libertad van unidos. Si el caos es la perfección de la libertad, el sometimiento gozoso a la voluntad divina libera al hombre, portador de genes que determinan, de manera natural, quien es. Azar y suerte sin lugar frente a la ciencia.
Por Manuel A. Gago Medina

15 – Jun – 2015

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